lunes, 2 de febrero de 2015

Tecnófilos o tecnófobos...

Hoy toca reflexionar sobre estas dos palabrejas tan de moda en los últimos tiempos... y a mí que no me suena bien ninguna de las dos. Quizá sea porque vivimos en una sociedad de etiquetas, pero nada bueno suele acompañar a las palabras derivadas de filia fobia. Y sí, soy consciente de que etimológicamente no tienen por qué ser negativas, pero las connotaciones están ahí, al acecho, innegables. 

En cualquier caso, y si tengo que entrar en el juego, pues diría que no soy ni lo uno ni lo otro... ¿qué lugar ocupamos los que simplemente usamos la tecnología sin dejarnos controlar por ella? ¿Qué etiqueta nos corresponde? Yo uso mi portátil cada día, tanto para cuestiones académicas, como profesiones, como (las más) lúdicas; también uso el móvil, y otros muchos trastos que, para qué negarlo, son tecnología... pero no soy un enfermo de los gadgets, ni de lo último de lo último, ni de lo mejor... uso lo que necesito y lo que puede pagar mi bolsillo (¿600€ por un móvil? ¡¿Nos hemos vuelto locos!?).

Como nos enseña el daoísmo, se trata de usar las cosas sin dejarse cosificar por ellas1; y qué mágica vigencia tienen esas reflexiones de hace más de 5000 años.


PD: ¿Se puede ser tecnofilofóbico?




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[1] Álvarez, José Ramón (1996) El Tao y el arte del gobierno. Buenos Aires: Editorial Almagesto.